Festival de Cine de Las Palmas (Día 3)

Por Nauzet Melián (@nowseed)

Aquí el día 1, con Un minuto de gloria y Katie says goodbye.
Aquí el día 2, con Hermia y Helena, y Personal Shopper.

Tercer día de festival, y aprovecho la flexibilidad horaria para ver tres películas. Dos cintas de la sección oficial y una de la sección No Future. Reacción dispar, para seguir con la inercia de los días anteriores.

Bitter Money (Wang Bing, 2016)

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Nuevo filme del cineasta chino Wang Bing, documentalista con una filmografía bastante extensa teniendo en cuenta que su primer trabajo se remonta al año 2002. Bitter Money es una crónica que refleja los problemas de los trabajadores de las grandes ciudades del este de China, principalmente en el sector textil. Su relato se focaliza en los hábitos diarios de dichos trabajadores, así como sus precarias condiciones de vida a pesar de unas jornadas interminables que tristemente no les han permitido prosperar.

Wang Bing quiere mostrarnos la precariedad laboral de los trabajadores chinos así como la sacrificada inercia diaria que sufren, y considero que hay escenas muy potentes en este documental que muestran una realidad tangible y dura. La mejor escena del filme presenta la historia de una mujer que vuelve a su casa para pedir dinero a su marido porque no tiene absolutamente nada y éste la ha echado a patadas en otro de sus arranques de ira incontrolable. Dicha mujer demuestra una valentía abrumadora al soportar insultos, golpes y amenazas de muerte, y en todo momento intenta comprender por qué su marido la trata así, y las preguntas constantes a éste sólo provocan mayor frustración en él, porque el simple hecho de ceder en una discusión donde sabe que no tiene la razón provoca la aparición de su machismo más intrínseco y deplorable. Esta larga secuencia me golpeó como un bate y conecté con el drama de estas personas inmediatamente. Una lástima que poco tiempo después se pierda en sus malas costumbres.

Hablemos del elefante en la habitación: Bitter Money tiene una duración de 152 minutos, lo cual sería una mera anécdota si la película hubiera exprimido su temática de forma correcta. Pero Wang Bing parece no tener suficiente material con el que trabajar, o aún peor, no ha sabido filtrar el contenido que sí causa impacto y aporta profundidad a las personas que pueblan el largometraje.

El filme ignora el concepto ‘síntesis’ y decide recrearse en la realidad por acumulación. Hay numerosos instantes del filme en el que literalmente no ocurre nada. Observamos a personas mirando al horizonte, echando un vistazo a sus teléfonos móviles (ocurre muchas veces durante la cinta), despertando de una siesta o simplemente caminando por la calle. El director desea mostrarnos una realidad casi inalterable y abarca desde los conflictos más violentos hasta los descansos del trabajo y las esperas entre horarios interminables. Comprendo su intención, pero a nivel cinematográfico abusa de la paciencia del espectador y ciertas situaciones se vuelven redundantes o innecesarias. Hay varias secuencias en el documental que se notan improvisadas porque la cámara está centrada en una persona que no está haciendo nada y el director decide perseguir a otra que se acaba de cruzar, en busca de material jugoso o relevante que no termina de aparecer.

Teniendo en cuenta que el cine es subjetivo y cada historia nos llega de forma distinta a cada uno, quiero incidir en un aspecto concreto del filme que puede extrapolarse a nivel general y que a mí personalmente me parece importante. El cineasta tiene una serie de objetivos al iniciar un nuevo proyecto. Ya sea documental o ficción, dicho cineasta desea transmitir un mensaje específico en secciones de la cinta o incluso en planos concretos. Mi forma de entender el cine es la siguiente: un plano o escena debe durar lo justo y necesario para que tu mensaje no se pierda o se vuelva repetitivo. Si cortas demasiado pronto, el mensaje no ha sido comunicado correctamente y pierde su impacto; si se extiende demasiado, la idea se vuelve redundante y diluye el mensaje de partida. Os cuento este rollazo porque Bitter Money no sabe encontrar ese equilibrio y en la mayoría de ocasiones suele caer en el segundo grupo de películas.

El director ya ha informado al espectador en los primeros 20-30 segundos de secuencia, pero el plano continúa 2-3 minutos y no existe ningún tipo de aportación o matiz extra, no hay una nueva enseñanza en el metraje restante de dicha secuencia. Tienes (generalmente) meses de post-producción para refinar el contenido de tu largometraje. Me resulta incomprensible que el director crea que todos y cada uno de los 152 minutos de cinta son absolutamente imprescindibles para transmitir su punto de vista.

Bitter Money es un documental que cuenta una realidad social importantísima y que merece visibilidad, pero la forma de contarla disuelve el mensaje en un exceso de metraje que funciona en su contra de su propia finalidad.

El Otro Lado de la Esperanza (Aki Kaurismäki, 2017)

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Tras seis años sin estrenar película, Aki Kaurismäki vuelve por la puerta grande con El otro lado de la esperanza, un homenaje a la dignidad del ser humano que fue recibida con calidez en el pasado Festival de Berlín. La película cuenta la historia de Khaled, un joven sirio que llega a Finlandia con el único propósito de conseguir trabajo y encontrar a su hermana. El recibimiento no es el esperado y Khaled tendrá que soportar el escarnio público y el rechazo social.

De primeras, la película destaca por un apartado visual precioso enfatizado por los colores vivos y una fotografía que parece realizada literalmente en los años 70. Kaurismäki diferencia la cinta en tonos alegres y cálidos para las secuencias en el restaurante, y un uso de la luz más sombrío para el resto de escenarios, aportando un contraste que funciona de maravilla. Dicho contraste resulta especialmente acertado ya que la historia entremezcla la comedia y el drama de una forma excelente. Lo primero que me vino a la mente mientras veía la película fue Delitos y Faltas (Woody Allen, 1989), porque la cinta de Allen también se balancea entre la comedia más ligera y el drama más puro. El cineasta finlandés está contando una historia tan cruda y tan actual, que busca un contrapunto ligero para no excederse en la intensidad dramática que posee la historia de Khaled. Además, la comedia del filme funciona de maravilla y arrancó carcajadas en numerosas ocasiones en su (abarrotada) proyección.

Desconozco el resto de la filmografía de Kaurismäki (deseando ponerme a ello) pero el humor que destila esta película, así como la elegancia de la dirección y la importancia del color en los escenarios me ha recordado a Wes Anderson, del que sí he podido ver más películas. Es un humor muy personal, ya que los personajes reaccionan de forma seca y neutral a situaciones incómodas, y genera una hilaridad sorprendente. Habría sido muy fácil tropezar en el tono que la cinta requiere, pero el cineasta finlandés triunfa en su acercamiento.
No obstante, la película tiene un mensaje poderosísimo y relevante en los tiempos que corren. El protagonismo de la historia recae en un joven sirio que escapa del infierno de Aleppo para encontrarse con una horrible bienvenida en un país lleno de prejuicios y donde la inmigración parece ser un tema sensible (por ser sutil). Kaurismäki no se corta un pelo a la hora de mostrar el sufrimiento de Khaled, y desde el primer instante empatizamos con su durísima situación y la injusticia social a la que se ve sometido.

El otro lado de la esperanza es una cinta con mensaje, crítica social y situaciones que sentimos muy cerca y que merecen tener visibilidad. Su temática está tratada con clase y no tiene miedo a expresar una opinión clara sobre la inmigración en Europa, la intolerancia y la falta de empatía. Además, la peli dura hora y media, va como un tiro y es muy divertida. Poco más se le puede pedir al cine. Una de mis favoritas del festival.

Ares (Jean-Patrick Benes, 2016)

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Ares es el debut en la dirección en solitario de Jean-Patrick Benes, tras dirigir varios cortos y co-dirigir Villaine en el año 2008 junto a Allan Mauduit. La historia nos establece en un futuro no muy lejano donde Francia se ve sumida en un colapso social y en el que las grandes empresas han tomado el control del país. La televisión se ha convertido en el opio del pueblo ahora más que nunca, y uno de los programas más vistos es un deporte de contacto en el que apenas existen reglas y el dopaje está permitido. Nuestro protagonista es un antiguo icono venido a menos de este deporte, y tendrá que volver al ring cual Rocky para salvar a su familia.

Jesús Palacios ha sido el encargado de introducir la película al público, y uno de los motivos por los que decidió incluirla en la sección ‘No Future’ era su vuelta de tuerca a un género manido y el uso de la distopía como crítica social de un futuro que no parece tan lejano. Reconozco que la película tiene ideas interesantes y algunas de ellas funcionan porque las sentimos cercanas en el tiempo y estamos a unos pasos de volverlas realidad, pero el acabado general de la película no me ha parecido el mejor, y por momentos ronda lugares comunes que la vuelven convencional o predecible.

La cinta tiene un apartado visual muy desequilibrado, ya que algunas secuencias lucen de forma notable, pero otras se exceden por su ‘look’ digital y por unos efectos visuales bastante por debajo de lo que se le puede exigir a un filme de esta ambición. La película se siente tan digital a ratos que parece un episodio televisivo con mucha corrección de color, y la historia pierde impacto cinematográfico en la gran pantalla. La música no intenta inventar nada nuevo y se dedica a tirar de temas electrónicos y sintetizadores para aportar matices modernos y/o futuristas.

La dirección es digna aunque a ratos efectista, pero nunca te saca de la película. Los combates cuerpo a cuerpo abusan de un montaje frenético y de varios planos por segundo, por lo que algunas escenas concretas no están bien rematadas a nivel de geografía y comprensión visual, pero en general hay fluidez de movimiento entre los personajes y no supone una losa insalvable.

A nivel temático, la película quiere contar muchas cosas y quizás sus ideas no terminar de aterrizar como desea. La crítica social que realiza es clara y directa, condena el poder de las corporaciones sobre el gobierno, el uso del plano audiovisual como control de masas y el abuso de personas como carnaza que aumente ‘ratings’ y alimenten el hambre de consumo. Pero la parte más humana de la película es tópica y no está del todo rematada. Icono acabado que lucha contra el poder sociopolítico, sacrificando todo lo que tiene para salvar a su familia y mandar un mensaje a los de arriba. Lo dicho, premisa ya vista en muchas ocasiones que no consigue trascender, si bien es capaz de regalar detalles y escenas relevantes en la actualidad.

Ares es una correcta aunque desigual cinta con jugoso material de partida que se ve lastrado en parte por las limitaciones técnicas y por un núcleo emocional prototípico que se siente algo artificial. Hay ideas atractivas y buen hacer tras la cámara, pero su interés por regalarnos una distopía con ambiciones temáticas no resulta fructífero.

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