Crítica de ‘Anomalisa’

Crítica de ‘Anomalisa’

Charlie Kaufman y Duke Johnson transportan el mundo de Houellebecq a la stop-motion con marionetas y nos doblegan ante la fábula de la crisis del hombre contemporáneo: la soledad, animada o no, sigue doliendo igual

Para la cultura budista, la vida parte de una premisa tan simple como aceptar que estamos en ella para sufrir. Más o menos, pero con un telón de fondo negro y muchas voces con el mismo ritmo y tonalidad, así empieza ‘Anomalisa’ (Charlie Kaufman y Duke Johnson, 2015). Somos conscientes de que no estamos ante “otra película de animación más” cuando recorremos, sin prisa pero sin pausa, el mismo camino que el protagonista, un Michael Stone sacado más bien de una novela de Michel Houellebecq que del imaginario creativo de Hollywood. Eso, sumado a una stop-motion cercana a una especie de neosurrealismo audiovisual, expande los límites de la animación y provoca la sensación de realidad más dolorosa posible.

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Al igual que sucede en las ficciones realistas (si es que existe tal concepto) del novelista francés, ‘Anomalisa‘ nos presenta a un personaje solitario, consumido por la rutina de la vida contemporánea. Un occidental atrapado en esa vorágine de desesperación moral, social y sexual en la que se ha convertido la sociedad del espectáculo, ahora llamada “sociedad de la información”. En ese abandono del yo más primitivo reside la fortaleza de la historia de Kaufman y Dan Harmon: la crueldad de las costumbres, la pérdida de la identidad (fragmentada, en este caso, por retazos de rostros de marionetas mal compuestos, casi deformados) y la soledad del hombre. La soledad que obliga a dos adultos a pedirse permiso antes de tocarse. “Creo que tengo un problema psicológico; he estado huyendo demasiado tiempo”, dice Michael. “Hay que volver a los placeres sencillos”, diría Houellebecq.

Nunca la animación había desembocado en un retrato del hombre común occidental tan devastador y real.

La crisis del hombre contemporáneo no acaba en un laberinto de deseos artificiales e insatisfacciones satisfechas, como sí sucede en Las partículas elementales (1998) o Plataforma (2001). ‘Anomalisa‘ explora la soledad de Michael Stone con retazos de un cuadro de Edward Hopper como contexto sociocultural: ventanas abiertas al mundo que no son capaces de ventilar la podredumbre de los días. La que da nombre a la película, Lisa, solo es un macguffin que sirve de pretexto a la historia para llevarla al éxtasis y dejarnos intuir cuál es el desenlace.

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Ni la vuelta al pasado como forcejeo psicólogico ni la esperanza en el futuro como conflicto intelectual consiguen que el protagonista deje de oír la misma voz: la del presente. El tempus fugit grecolatino deja un regusto amargo cuando se cierran las ventanas y se vuelven a extender las sábanas en la cama de un hotel cualquiera, en una ciudad cualquiera. Las obligaciones, el calendario y la agenda siguen estando sobre la mesa, y no importa cuánto tiempo pases evitando la situación. Al final acabarás, como Michael, como los personajes de Michel Houellebecq, mirando el ajado rostro de una muñeca japonesa que expulsa semen por la boca y preguntando por qué. Por qué la única lección que se aprende en esta vida es que no existe ninguna lección. Y entonces lo comprenderás: “Me olvidarán pronto… Me olvidarán”.

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