Más allá del Genio de Will Smith: cómo los remakes Disney han perdido la magia de la animación clásica

Más allá del Genio de Will Smith: cómo los remakes Disney han perdido la magia de la animación clásica

El (ciertamente escalofriante) trailer de la nueva versión de ‘Aladdin’ no ha dejado a nadie indiferente. Supone cierta culminación del plan de Disney de encadenar sistemáticamente remakes -con cadencia no ya anual sino casi semestral- de las producciones Disney clásicas animadas. Un plan que, a poco que se contemple con cierta frialdad, y dejando de lado la nostalgia que nos hace consumir cualquier producto derivado de lo que nos gustó en la infancia, no deja de ser una idea de casquero de gran envergadura.

Resumamos este plan en una cronología esencial: a mediados de los noventa, Disney se percata de que hay algunos clásicos animados que, con la consiguiente descarga publicitaria y algo de ingenio en el refrito, pueden dar interesantes beneficios. Las dos primeras películas sujetas a este experimento son ‘El libro de la selva: La aventura continúa’ (1994), que aunque todos tengamos en mente la versión animada de Disney, es cierto que la versión canónica se inspira en los libros de Kipling.

La segunda de estas versiones sí que abriría cierta tendencia que aún se puede rastrear hoy: ‘101 dálmatas’ (también a partir de un libro original, aunque aquí sí que la versión masivamente conocida es la animada de Disney) seguía la historia del clásico animado, la ampliaba y presentaba como gran baza a la versión de carne y hueso de su villana original: una Cruella de Vil interpretada por Glenn Close. Una jugada similar se llevó a cabo en la película que desató la última generación de remakes Disney, ‘Maléfica’, aunque en este caso con un CGI recargadísimo y que no quería igualar sino superar a ‘La bella durmiente’ original.

Las culpables de este empleo barroco y excesivo de la animación computerizada fueron las dos horrendas ‘Alicias…’ de Tim Burton. La primera de ellas fue un increíble éxito de taquilla que asentó la estrategia de cabalgar el tsunami CGI para proponer versiones «realistas» de los clásicos animados. Se hizo con ‘Cenicienta’, en mayor medida aún con la horrenda ‘La bella y la bestia’ y, de forma algo más acertada, con ‘El libro de la selva’.

Por qué hay cosas que solo pueden ser un dibujo animado

Sin embargo, con lo que hemos visto de ‘Aladdin’ se pone de manifiesto hasta qué punto estos remakes, independientemente de aciertos puntuales (actores afortunados, algunas reformulaciones de los tópicos de los cuentos de hadas que consiguen dar en el clavo -a menudo acompañadas de la horrible confusión entre «más oscuro» y «más adulto»-), parten de conceptos absolutamente delirantes. ¿A quién puede entrarle en la cabeza que un personaje de las características del Genio se puede replicar con un actor humano y un aspecto realista?

Da igual que la vis cómica de ese actor se vea potenciada por el CGI (y Will Smith la tiene de salida aunque, inciso, está a años luz de cartoons de carne y hueso como Jim Carrey o Kate McKinnon). Es sencillamente imposible alcanzar el dinamismo, la hiperexpresividad de un dibujo animado, sobre todo cuando ese dibujo está modelado a partir de la ametralladora de parodias, tics, chistes y bufonadas que es la voz de un Robin Williams desatado.

Y es imposible porque no puede ser, claro: se puede replicar la velocidad, pero las múltiples transformaciones, los cambios radicales de aspecto, comportamiento, las febriles mutaciones continuas que hacen que entendamos los dibujos animados como algo que obedece solo a su propia naturaleza líquida y mutante, solo puede entenderse gracias a los mundos imprevisibles de la animación. En ellos, las leyes físicas y naturales quedan a discreción exclusivamente del animador. La presencia de un humano en esa ecuación es un veneno que puede aprovecharse creativamente (‘¿Quién engañó a Roger Rabbit?’, obvio) o, sencillamente, es un palo en las ruedas de la bicicleta.

Acudamos a algún ejemplo clásico para que la cosa quede clara: los dibujos animados primigenios, aún en blanco y negro y concebidos de forma que parecían respirar al ritmo de la infecciosa música jazz que hacía las veces de banda sonora de sus peripecias. Pasaba con los cortos de los Hermanos Fleischer de los que hablábamos (a propósito de ‘Popeye’ y pasaba con cortos Disney como el fundacional ‘Steamboat Willie’ que vio nacer a Mickey Mouse.

A nadie se le ocurriría hacer versiones realistas de aquellos personajes porque está claro que están concebidos como seres animados. ¿Por qué entonces se da últimamente el paso para versiones en imagen real, más allá del beneficio económico? La respuesta está en que, con la tecnología de la mano, se ha recuperado la irritante creencia de que una película realista tiene más valor que una que no lo es, una discusión que en otros campos de la creación humana se solventó en la primera mitad del siglo XX. Pero la cuestión ha vuelto con renovada fuerza en la forma de estos remakes, sencillamente porque ahora se puede hacer.

Pero la cuestión va más allá de eso: solo hay que ver una de las muchas comparativas plano por plano que abundan en Internet de la famosa intro de El Rey León y su versión remozada para entenderlo. Cada decisión que se toma en una buena película de animación es intencionada: la paleta de colores, los movimientos de los personajes, los ángulos de cámara. En la nueva versión se ha buscado que los animales parezcan de verdad y que los entornos naturales estén iluminados con realismo. Es un desprecio total por la creatividad del original.

Dejando de lado, por supuesto, el problema más grave: la expresividad de los personajes. Un león, por definición, no tiene expresividad y, en cualquier caso, tiene menos que un dibujo animado. Por eso a menudo en estas películas, personajes que originariamente eran una exhibición de dinamismo expresivo (desde Lumiere y Ding Dong en ‘La Bella y la Bestia’ -o la propia Bestia, ya que estamos- a cualquier animal de ‘El libro de la Selva’), se convierten en meros maniquíes incapaces de transmitir emociones. Observa el maravilloso gesto de Simba cuando es alzado ante sus súbditos por Rafiki, una emocionante mezcla de sorpresa, orgullo y temor. En la versión CGI es… bueno, un gato. Que no lo olvidemos, son estrellas de Internet precisamente por su cómica carencia de expresividad.

Esto no es un manifiesto en contra del CGI. Al menos no, de todo el CGI: pese a que tecnológicamente están superadísimas, las primeras películas de Pixar, empezando por ‘Toy Story’, siguen siendo hoy tan emocionantes como en su momento. Y hay autores (incluso dentro del mainstream, como Genndy Tartakovsky) que han sabido sacar oro expresivo de los a veces algo acartonados recursos de la animación computerizada. Pero claro, eso es cuando hay un animador que parte de cero con las herramientas, no cuando se usa el CGI para «arreglar» la animación clásica.

Por supuesto, Disney está en posición de hacer lo que quiera con sus propiedades. ¡Estaría bueno! Pero recuerda: cada millón de dólares que Disney invierte en una nueva versión de ‘Mulan’ que nadie ha pedido, es un millón que no está dedicando a revalorizar en ediciones dignas su animación clásica o a invertir en nuevas producciones que continúen ese legado con aportaciones renovadoras. Y es una pena.

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John Tones

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