Kong: La isla Calavera

Tres años después de Godzilla y doce después del King Kong de Peter Jackson nos llega esta nueva versión del simio gigante, el primer gran monstruo del cine, que regresa a las pantallas con vocación de continuidad y de formar familia con el kaiju japonés en futuras películas. Con un director que era una incógnita para un proyecto así, Jordan Vogt-Roberts, la única expectativa posible venía marcada por los tráilers, bastante resultones, de esta película. El resultado no dista prácticamente nada de lo que puede extraerse de ellos: planazos y sopapos entre bichos.

La película viene marcada además por un tono muchísimo más ligero que el Godzilla de Edwards. Pese a pretender formar parte del mismo universo cinematográfico, aquí han querido limar algunas de las aristas referentes a lo puramente ocioso de una película de bichardos. Vogt-Roberts quiere que nos divirtamos y todos los elementos de la película, desde el guión a la puesta en escena, pasando por las interpretaciones, apuntan en esa dirección, siempre a favor del espectáculo de gran escala, de una forma tan determinada y quizás obsesiva que por el camino se quedan los personajes.

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© Warner Bros.

Partamos de la base de que en el cine de mostrencos los personajes siempre han sido un reclamo menor, pero conociendo referentes tan cojonudos como Parque Jurásico, que demuestran que no son incompatibles la diversión, la aventura y el sentido de la maravilla con un buen desarrollo de personajes, títulos como Kong: La isla Calavera se quedan cojos, y resultan incluso menos esforzados que Jurassic World en ese aspecto, que ya es decir, rozando por momentos los instantes de vergüenza ajena de esta última (Tom Hiddleston + gas + katana). Únicamente destacan dos personajes de un elenco sin protagonistas definidos, el militar interpretado por Samuel L. Jackson que tira de la trama hacia su vertiente Apocalypse Now (el otro gran referente visual de la película), y el viejo piloto que encarna John C. Reilly, que funciona tanto de alivio cómico como de único nexo emocional de la película. Son los únicos personajes con un arco definido y siempre al servicio de Kong.

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© Warner Bros.

Así que sabiendo que al final el gran valor y reclamo de la película es ese monazo de 100 metros de alto, hablemos de él. Uno de los aspectos más agradecidos del bicho es su gran parecido con el de la película original de Merian C. Cooper y Ernest B. Schoedsack y su distanciamiento del de Peter Jackson, que era el calco de un gorila a gran escala. También han optado por un simio sensiblemente mayor que sus predecesores, de un tamaño similar al de las montañas que pueblan la isla en la que vive, logrando esas brutales imágenes del atardecer con los los helicópteros volando hacia esa mole de pelo. El resto de criaturas ayudan a dar a la película variedad en sus escenas de acción, siendo esa especie de lagartijas de dos patas las grandes enemigas del simio de un modo similar al que funcionaban los MUTO en Godzilla. Con este último Kong comparte un simbolismo similar. Tanto él como Godzilla funcionan como fuerzas que ayudan a mantener el equilibrio en la naturaleza, casi como una suerte de dioses. Retarlos significa no poner en peligro el entorno y ser sentenciados a recibir el castigo correspondiente.

Dicho esto, Kong: La isla Calavera da de sí hasta donde da de sí. Funciona como entretenimiento palomitero de gran despliegue visual, pero no aguanta mucho ante el espectador que vaya con una expectativa ligeramente superior a esa. Es honesta en cuanto a sus pretensiones pero no ofrece sorpresa alguna más allá de las mismas y dependerá de la devoción por el género del espectador de turno el que resulte ampliamente satisfactoria o una simple colección de fotogramas molones.

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