Fe de etarras

Seguramente porque en mi casa siempre hubo una fuerte conciencia política, un espíritu crítico y cierta actitud ácrata, no tardé mucho en ser consciente de hasta qué punto el nacionalismo, y su vertiente más chunga, el terrorismo, sustentaban sus principios en retorcer la realidad histórica en Euskadi. Parte de su relato era real (la existencia de una realidad idiomática y cultural, más allá de la política, tapada durante el franquismo), otra parte pasaba de puntillas por la parte incómoda de la historia (el origen en el Carlismo y el relato profundamente racista del padre del nacionalismo, Sabino Arana) y otra, directamente, inventaba una realidad alternativa (consolidar desde la escuela una realidad geográfica que incluya a Navarra y las tres provincias del País Vasco francés en la configuración de la “verdadera” Euskadi).

En una de sus mejores escenas, Fe de Etarras retrata este hecho a través de una partida de trivial. Un pasatiempo para matar el aburrimiento de los cuatro terroristas protagonistas que se torna en conflictivio por la constante corrección de las respuestas de ese juego de cultura general. Es en ese espacio cotidiano donde se ve realmente la fragilidad de una ideología sustentada más en la fe y en las pasiones que en los hechos. Una adolescencia ideológica que toma la forma de un piso de estudiantes, muy combativos en sus ideas pero incapaces de convivir con sus iguales en las rutinas más básicas.

etarras 1

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Pero no nos engañemos, no sólo es ese nacionalismo el que queda en tela de juicio, sino todos. La historia que componen Borja Cobeaga y Diego San José en esa suerte de autosecuestro en territorio “hostil” (Madrid), también da pie a retratar las debilidades de un nacionalismo español igual de iluso y pasional. Reducido a una insignia como es la bandera y a una esperanza como es el fútbol, es un nicho de prejuicios que, paradójicamente, son compartidos con el otro “bando”: la ceguera que produce la devoción por una bandera acaba haciendo que tanto los protagonistas como un vecino muy patriota, unos desde la simpatía y el otro desde el rechazo, acaben viendo en un tercer actor circunstancial, una familia árabe, unos potenciales yihadistas.

Lejos de lo que se ha venido hablando en las últimas semanas por la polémica promoción de Netflix, y como cabía esperarse a nada que se conociera la trayectoria de Cobeaga y San José en Vaya Semanita, Ocho Apellidos Vascos o Negociador, la película no viene a blanquear el terrorismo de ETA, sino a retratar su lado cotidiano y sus evidentes fisuras internas en medio de un país en el que su impacto empieza a ser cada vez menor, vaticinando su fin.

etarras 2

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Quizás cabría esperar, en un primer momento, un mayor contraste entre comedia y drama en esta película que de entrada deja un sabor algo agridulce y probablemente no sea la más disfrutable de su director. Pero es en el reposo cuando aparecen los matices, repensando las escenas y viendo que ninguna decisión es gratuita o arbitraria y que la película es, seguramente, uno de los mejores retratos que se ha hecho de la banda, al menos en su última etapa.

La escena final de la película consolida lo que se ha venido construyendo todo el rato y es esa progresiva reintegración de los terroristas en la vida cotidiana tras una ruptura con su legado más traumática de lo que fuera se percibe, sin asumir del todo que ese letargo en el que hoy se encuentran, como un fantasma que se niega a abandonar su vieja morada, se debe a la derrota social de su estrategia de terror y a la propia necesidad de retornar a la comodidad de una vida normal bajo un paraguas no tan malo (el estado que les cobija). La fe en lo violento subyugada por la convivencia pacífica.

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