El bucle moralista

Esta semana ha llegado a los cines la última película de Quentin Tarantino, Érase una vez… en Hollywood. Un título que ahonda en la edad de plata del cine norteamericano y también en los atroces crímenes llevados a cabo por Charles Manson y sus acólitos, particularmente el asesinato de Sharon Tate, que fueron el inicio del fin del movimiento hippie. Una ruptura a radical con la inocencia y el idealismo que habían caracterizado un movimiento contracultura con la paz y el amor como ejes fundamentales.

Desde su exhibición en el pasado Festival de Cannes, este trabajo de Tarantino a traído a la palestra varias reflexiones en torno a su uso de la violencia y al tratamiento de las mujeres en sus películas. Algunas interesantes y sensatas, confrontando ideas con rigor y mesura, pero otras, como bien señalaba Javi P. Martin esta misma semana, caracterizadas por un simplismo atroz, acusando al director de misógino y pidiendo su “cancelación”.

Eso es no entender el cine de Tarantino (ahí están Jackie Brown, Kill Bill o Death Proof para corroborarlo), es confundir la forma con el fondo (¿es un personaje con poco texto, como el de Sharon Tate, necesariamente insignificante?) y es, a su vez, fruto de la obsesión de clasificar las cosas en dos cestos, el de las cosas buenas y el de las cosas malas, sin matices, sin contexto, sin dar margen a contradicciones. Con frecuencia una forma de publicitar lo santo que es uno que, como buen ciudadano, se pasa el día señalando villanos y pidiendo para ellos un duro castigo: Boicot. Despido. Cancelación.

Cancelación es también a lo que se enfrentan numerosos proyectos de 20th Century Fox después de que Disney adquiriese el estudio el pasado mes de Marzo. Rafa explicaba perfecta y detalladamente hace unos días el estado de las cosas en este complejo proceso de adquisición. Bob Iger, mandamás de Disney, mostraba su decepción con los resultados recientes de títulos como X-Men: Fénix oscura pero, lejos de poner bajo sospecha películas por su posible rendimiento económico (que también, casi cualquier título pequeño está ya en cuarentena), preocupan las serias dudas sobre títulos “divergentes”.

Películas como Jojo Rabbit, dirigida por Taika Waititi (hombre “de la casa” responsable de Thor: Ragnarok y la próxima Thor: Love & Thunder), Los nuevos mutantes, derivación al cine de terror de los héroes de Marvel, e incluso la futura Deadpool 3, sobre la que ya se especula en una rebaja de su calificación por edades, están bajo sospecha o en reconsideración por ser, en esencia, películas “provocadoras”.

Pese a que Disney está a las puertas de convertirse en el dominador no sólo de las salas de cine, donde hace años que ningún estudio le hace sombra, sino del streaming, con el inminente lanzamiento de Disney+, plataforma que estará plagada de productos de licencias de ultraéxito y que rivalizará con una Netflix endeudadísima, el estudio sigue llevando a gala una mojigatería y una desconfianza en la madurez del espectador que da pavor.

Disney no quiere sangre en sus pelis violentas, ni quiere palabras muy malsonantes, no quiere bromas que puedan considerarse de mal gusto, no quiere sexo, no quiere, en definitiva, que uno de esos humanos santurrones se moleste, ponga el foco de la polémica en alguna de sus producciones y que, con ello se resientan algo sus ventas y/o suscripciones.

Más allá del riesgo económico, que con las polémicas vacías y grandes franquicias al final suele ser pequeño, estas actitudes sólo denotan que se asumen supuestos erróneos del público de la “cancelación” como correctos, siempre bajo la idea de que Disney fue, es y será cine para toda la familia. El derecho a existir de una obra, al menos en el seno de Disney, se mide por su capacidad de no incomodar a nadie, de se presuntamente inocua y que, a ser posible, promueva valores positivos. Cine blando y condescendiente que nos diga que en el mundo hay cosas feas o decisiones moralmente complejas porque LOS NIÑOS.

La consecuencia de que la mayor empresa de entretenimiento del mundo, ahora más grande que nunca, se rija por esos supuestos es, probablemente, expandir esa misma idea entre un público ya de por sí hipersensibilizado ante la chorrada, que confunde el debate con la bronca, la provocación con la ofensa, el error con el delito y la crítica con el veto, justo lo que hacía Roy Chacko hablando sobre el cine de Tarantino, en un medio de reconocido prestigio como The Guardian, pidiendo su “cancelación”.

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