[CRÍTICA] ‘Underworld: Guerras de sangre’ es puro fan service (y nada más)

[CRÍTICA] ‘Underworld: Guerras de sangre’ es puro fan service (y nada más)

Underworld

Kate Beckinsale vuelve a dar una lección de cómo humanizar a un personaje como Selene, pero ‘Underworld: Guerras de sangre’ no soporta el peso de una fórmula chamuscada. Son nada menos que cinco las películas que conforman una saga en camino de la extinción definitiva. Que, por otra parte, no le vendría mal, dado el riesgo de convertirse en otro caso Streisand con el que destapar sus errores a fuerza de aprovechar la pulsión.

Estar destinada a extinguirse bajo kilos de polvo y vagos recuerdos de sus aduladores no debe ser plato de buen gusto para una saga que, desde el abandono de Len Wiseman -director de las dos primeras entregas y co-creador de los personajes- al frente de la fórmula, ha experimentado un descenso en calidad y sobre todo en capacidad para el entretenimiento. Nada se le exigía a Underworld: Guerras de sangre más que proponer una historia simple con escenas de acción mínimamente trabajadas y apoyada en los preceptos del blockbuster veraniego (fecha que, a juzgar por las condiciones meteorológicas en las que se libra la enésima batalla entre licántropos y vampiros, le habría venido mejor para su campaña de marketing). En otras palabras: que por lo menos pasases un rato ameno, rodeado de fuegos artificiales mientras atiendes a cómo Kate Beckinsale te deja claro que ni de broma va a negociar absolutamente nada de manera pacífica. Sin embargo, la realizadora Anna Foerster -cuarta valiente que pone su nombre bajo el preámbulo ‘Underworld’- ni siquiera disimula su inclinación hacia el formato televisivo más lento y grotesco. Lo que supone un cambio imperceptible en la manera de narrar los dilemas entre un clan y otro, acercándose más hacia la divagación que hacia un ejercicio aclaratorio sobre la rivalidad entre hombre-lobo y hombre-murciélago. Vuelta al clásico juego de traiciones que poco (o nada) tiene que aportar a un género ya incapaz de lanzarnos el golpe a contrapié, limitado a cumplir con los mínimos demandados por un ejército de fans cada vez menos conformes con lo que se les oferta. Si antes hablábamos de “”novedad”” narrativa, la segunda de ellas arriba a través de una marca surgida de las sombras a través de Youtube.

Efectivamente, Hawkers, que recientemente se vio ligada a la presunta compra del canal de un conocido agitador de palmas (el creador de ese fenómeno del meme que dio en llamarse caranchoa -aún no sé como escribirlo correctamente-). Bueno, pues resulta que la empresa de gafas de sol a módicos precios ha sido la elegida para promocionar la quinta película de la franquicia fantástica. En un guiño meridiano al talón de Aquiles de nuestra protagonista, estos magos del marketing se han apuntado un tanto en su particular cartera de clientes potenciales -perdón, pero creo que se han equivocado terriblemente con la fecha de estreno- lo que indica una baja recepción en un público que ya prefiere ir cambiando de canal. Retomando la senda exclusivamente cinematográfica, Underworld: Guerras de sangre está encantada de mostrar su carácter sanguinolento como si por ello no amaneciese al día siguiente. Cosa que, en cierto modo, se deja caer con (de verdad) poquísima sutileza durante los afortunadamente pocos minutos dedicados a la burocracia post-apocalíptica. Puro material de derribo hecho por y para el fan service. No es que sirva para evadirse si has tenido un mal día. Y tampoco es que las cintas anteriores careciesen de ese ingrediente secreto que todas las sagas poseen -algo sobre contentar a su público objetivo- pero sí representaban un salto no nuevo, sino distinto a lo que acostumbraban las guerras entre dos personajes míticos.

En determinadas fases de la película es inevitable pensar en el destino de unas figuras a menudo indescifrables como Drácula o el hombre lobo de la Universal. Qué será de ellos si La Momia de Tom Cruise triunfa en taquilla. Cómo utilizarán sus dilemas y si se atreverán a hacer un cross-over en este animado ecosistema de mestizajes posmodernos. Todo se hace un nudo y sale directo hacia fuera mientras Beckinsale y Theo James -no ha tenido suficiente con formar parte de la saga Divergente– tratan de ser los iconoclastas perfectos en un entorno desfavorable. Mala señal. Porque ni que decir tiene que sus constantes intentos por persuadirnos son en vano. Lo único realmente bueno de Underworld: Guerras de sangre es, además de que no destroza a Charles Dance, su duración. Al menos Foerster -y su mano derecha en el control de edición Peter Amundson- ha decidido no excederse en la sala de montaje, aunque ello haya significado transformar el guión en un relato inyectado con fórceps; diseñado como una película de acción parecida a un ente hecho de material reciclado; y finalmente maltratado por el sentido del ritmo. Lo único que nos queda es rezar a Selene para que sus creadores no tomen la decisión de realizar un giro imprevisible y, así, descanse para siempre en el submundo sin necesidad de mantener los cargadores preparados para agujerear lo que haga falta.

Tráiler de ‘Underworld: Guerras de sangre’

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