Festival de Cine de Sevilla 2017 (I)

El pasado 11 de noviembre concluyó la última edición del Festival de Cine de Sevilla y, como ha sucedido en los últimos años, os dejamos aquí las crónicas de Manuel. Cuatro partes. La primera hoy, la segunda a mediados de esta semana. Os dejamos con él.

Por Manuel Vila

Este año el Festival de Cine Europeo de Sevilla (SEFF) ha sufrido un enorme punto de inflexión. Alejandro Díaz Castaño, persona demasiado relajada pero con buen ojo, abandonó la posición como programador tras ganar el concurso a director del Festival de Gijón. Entra para sustituirle un manojo de nervios, el crítico de Caimán Cuadernos de Cine y exprogramador de FILMADRID, Javier H. Estrada, ayudado por otro programador, Luis E. Parés, ahora en La 2, con Historia de Nuestro Cine. Es el momento idóneo para la ruptura e intentar hacer un festival arriesgado, tras tantos años cantándolo y no cumpliendo, salvo escasísimas instancias (dos películas de ciento y pico, basta con un ábaco). ¿Lo habrán hecho este año?

No, “spoiler”. Para qué haceros esperar hasta el final. No lo han hecho. Sí que os pido que me acompañeis hasta el último episodio para recomendaros lo mejor del festival. No todo pueden ser obras maestras, y dejando retrospectivas a un lado, sí que se han proyectado autores europeos que siguen trabajando su visión e iluminando con humor y verdadero entendimiento del cine. Ninguna son éstas de abajo. Comenzamos entonces con las reseñas a las tres peores películas que he visto esta edición:

Sicilian Ghost Story (Fabio Grassadonia y Antonio Piazza, 2017)

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Cubos y cubos de tecnología para crear los encuadres de esta película que no tiene miedo en ser patética. Recursos humanos, monetarios, para insultar esta historia verdadera sobre el secuestro del niño Giuseppe a manos de la mafia siciliana. Malgastados en medias tintas tanto en su arco más cruel, como en el de ensoñación, pues al final se acaba por no enseñar nada, y los fantasmas inexistentes no pagan tributo, son insertados por la necesidad de inventar un dispositivo de conexión Ouroboros.

Recursos que no sirven para atraer lo fantástico y formalizarlo dentro del relato, sino para magnificarlo. ¿Cómo puede aumentar algo sin existir, sin ser concreto? Es entonces cuando uno se da cuenta que puede relacionar todos esos momentos visuales con otras películas recientes: Post-Tenebras Lux, The Tree Of Life, Biutiful… Sin comparar que en aquellas obras funcionasen los desenfoques u ojos de pez o travellings imposibles, sino porque ocurren, sin más.

Me tengo que llevar las manos a la cabeza siempre que una película así entra en sección competitiva (recordemos, hay jugoso dinero y trato de recompensa). ¿Qué hay de potente? ¿Re(i)vindicable? Por feminismo no debe ser, la joven fuerte se queda en los diálogos, y no en las imágenes circulares, llenas de momentos malinterpretables que al final tienen que ser salvados por una música atronadora que retumba y manipula hasta dar con el sentimiento que dos guionistas tenían en mente, y una vez trás la cámara, no supieron traducir como cineastas.

Zama (Lucrecia Martel, 2017)

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Los que acudan para ver una película anti-imperialista… Se sentirán decepcionados. Así con los historiadores, o los cineastas. Martel, a efectos prácticos, no se rinde a hacer justicia a ningun aspecto que no sea la psicología del propio Don Diego de Zama, y hasta en eso falla. En el primer plano vemos al protagonista incómodo en la arena, las tierras que le toca comandar, su mirada hacia el horizonte, medio pie en el agua, y los nativos a sus quehaceres en segundo plano. Tras esto, de Zama, procede a espiar un grupo de mujeres embarrándose de pies a cabeza, todas nativas, alguna esclava, salvo una mujer blanca, de alta alcurnia como se descubre poco después. Tras ser descubierto, huye y es perseguido por una mujer. Al ser alcanzado, descarga su ira sobre ella con varios bofetones. Cuento el inicio tan en detalle como sinopsis total de la película. Cuando Don Diego no consigue lo que quiere, se frustra y la paga con el más vulnerable. Pero tal es su mala fortuna, que no importa, pues él es el único que seguirá sufriendo.

Ese es el trato que Lucrecia Martel da a la película. Unos planos cerrados que apenas dan visibilidad al resto de personajes o confinan aún más los espacios, cerrados o abiertos. No hay escapatoria para nada (y si la hay, no se muestra), creándose un infierno, o limbo, mezcla de funcionarios, violencia y elementos sobrenaturales, que no terminan de funcionar, dejando ver que no todas las personas del equipo, actores, productores, estaban involucradas en el juego de terror psiquiátrico que estaban creando. Especialmente Daniel Giménez, no dota de pérdida de identidad al personaje, y el estatismo de la puesta en escena no deja margen a improvisaciones: toda violencia está premeditada para el montaje, y recuerda a, sí, cine europeo. Solo queda una trama cristalina, porque no hay retos, de autoengaños, y una película inútilmente anticolonialista que rinde cuentas a públicos que van a pagar por no sufrir. Zama es metáfora de sí misma.

Cuori Puri (Roberto de Paolis, 2017)

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Cierro mi círculo de peores películas del SEFF, con otra película circular. Cuori Puri se esconde sin necesidad, en ese uso de la cámara documental, cercana a los problemas, para señalarlos. Esto es un oxímoron en sí. Acercar la cámara sin tener una referencia de la que distanciarse, logra lo contrario a denunciar, más bien te fuerza a tener una empatía. Los primeros planos tienen un síndrome de Estocolmo arrebatador cuando son proyectados en una pantalla gigante. Si se te va de las manos, lo único que te queda es calzar justificaciones en los diálogos y giros locos de guión para salirte con la tuya alzando la bandera social.

Agnese, hija de una madre abusiva y religiosa, termina en los brazos de Stefano, pasado y a ratos presente delincuente que se gana la vida como guardia privado. Al principio de la película, Agnese huye de Stefano. Al final, Agnese corre hacia Stefano. ¿Por qué? Durante todo el metraje los protagonistas no parecen poder controlar su destino, por mucho que intenten romper con su familia o su entorno, nunca hay vuelta atrás. Solo hay hueco para lo que es inevitable, en este caso, el enamoramiento. Por qué hacer residir toda la fuerza de esos primeros planos al principio y al final de la película, de Agnese y Stefano, si luego toda la película va a tener la misma perspectiva forzada, anulándola. Stefano y Agnese siguen igual de impulsivos. No hay resolución para esa pregunta ni para sus aventuras, acaban igual que empiezan, en la nada, aunque la trama de esos noventa minutos ya idos, se esfuerce demasiado en asegurarte lo contrario.

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