Festival de Cine de Las Palmas (Día 1)

Por Nauzet Melián (@nowseed)

Es un auténtico placer cubrir por tercer año consecutivo el Festival de Cine de Las Palmas de Gran Canaria para Las Horas Perdidas. A lo largo de los próximos 10 días se proyectarán más de 100 largometrajes y cortometrajes en los que la creatividad artística y valentía narrativa son señas de identidad de un festival que disfruta de su decimoséptima edición. El jurado de la Sección Oficial del festival está compuesto por el cineasta Gabe Klinger, la actriz y directora Joana Preiss, la historiadora y productora Elena Gozalo, el escritor y director Cristián Jiménez y la programadora Rebeca de Pas.

Mi trabajo como profesor será un hándicap ya que no podré abarcar tantas películas como me gustaría, pero intentaré encontrar todos los huecos posibles para disfrutar del mayor número de filmes y proporcionaros reseñas e información constante sobre uno de los festivales más interesantes y transgresores del panorama nacional.

El primer día de festival he podido ver dos películas, y una de ella ha sido proyectada tras la gala inaugural, dando el pistoletazo de salida a la Sección Oficial del certamen.

Un Minuto de Gloria (Kristina Grozeva y Petar Valchanov, 2016)

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Un minuto de Gloria ha sido mi primer filme del festival, y no ha podido empezar de mejor forma. La premisa de la historia está basada en hechos reales, pero las consecuencias de dicho evento son ficción que expande su inicio por derroteros inesperados. La cinta de Grozeva y Valchanov cuenta la historia de Tzanko Petrov, un humilde guardavía de ferrocarril que se encuentra una suma considerable de dinero tirado en una de las secciones de la vía y decide devolverla. A partir de ese instante se desencadenará una serie de consecuencias imprevistas.

La historia funciona de manera espléndida porque empieza desde el minimalismo y la humildad que proporciona el protagonista de la historia, y va introduciendo nuevas capas narrativas que refuerzan y expanden la idea de partida. Lo que en teoría parecía la historia de un héroe anónimo y su gesto altruista se convierte en una crítica mordaz y directa a las élites y la burbuja en la que viven. El dúo de cineastas retrata con acierto la bipolaridad social de una realidad actual tan ridícula como deprimente. La clase acomodada rechaza e ignora los problemas de la clase humilde porque viven alienados de la realidad que les rodea, y sus problemas del primer mundo quedan retratados con claridad a través del uso de la comparación.

La película relata dos universos opuestos a través de sus protagonistas, y observamos cuáles son sus prioridades y su modelo de vida a partir de su trabajo, su hogar y su compañía. Mientras que Tzanko es un hombre relativamente mayor, con un trabajo sacrificado bajo el sol y con el único propósito de llegar a fin de mes y alimentar a sus conejos, Julia Staykova (Margita Gosheva) es una elitista directora de relaciones públicas en una empresa importante y con el móvil como extensión de su propio ser. La película juega constantemente a retratar ambos mundos y entremezclarlos para crear un contraste que refleja dos situaciones: la visión condescendiente de las élites ante la imagen de un señor de barba incipiente y tartamudez marcada, frente a la inocencia y sencillez de un hombre que sólo desea regresar a su vida diaria tras un gesto que él considera coherente y nada heroico.

Resulta sorprendente comprobar que la cinta no tiene un acercamiento “oscuro” a la temática que trata de mostrar, ya que en todo momento el contraste entre ambas clases tiene un punto ácido y cómico que sienta de maravilla a la historia, sobre todo de cara a secuencias de mayor dureza y desesperación. A pesar de tratarse de una historia repleta de injusticia y frustración, el alivio cómico permite respirar al espectador y asimilar el mensaje de la historia desde distintos tonos. La dirección es inteligente, ya que sabe cuándo debe adherirse a los personajes a través de primeros planos para generar tensión y emoción, y cuándo alejarse para que observemos el trato que recibe Tzanko al encontrarse rodeado de una clase alta que parece incómoda por su presencia.

Para ir terminando, me gustaría destacar el uso de un objeto concreto como motor de la historia. Su relevancia parece limitada, pero con el paso de los minutos observamos que dicho objeto es un símbolo que describe a los personajes con mayor profundidad, y muestra nuevamente el acercamiento opuesto de ambos protagonistas a un elemento específico. Creo que está utilizado con elegancia, inteligencia y sutileza. Un Minuto de Gloria es una espléndida representación de una realidad social que sentimos muy cerca. Una película tan divertida como cruda y desoladora apoyada por la brillante interpretación de Stefan Denolyubov. Una perfecta forma de iniciar el festival. Seguramente acabe entre mis favoritas del certamen.

Katie Says Goodbye (Wayne Roberts, 2016)

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La película supone el debut como director y guionista de Wayne Roberts, joven cineasta franco-americano. Roberts comentó en la gala inaugural que se trata de su proyecto de pasión, una historia que quería contar desde hace años y que finalmente pudo materializar. Y el resultado es irregular.

Katie Says Goodbye tiene todos los componentes del cine indie norteamericano: drama intimista, cámara en mano, fotografía estilizada y conflictos personales. Cuando se aleja de convencionalismos la película crece, ya que cuenta una historia típica pero su acercamiento es refrescante. Katie es una joven camarera que busca conseguir dinero suficiente para marcharse a vivir a California y comenzar una nueva vida. La joven realiza favores sexuales a hombres de toda índole a cambio de dinero, y su actitud hacia este hecho es de absoluta normalidad, es un “mal necesario”. Su madre no ha sido el mejor modelo en el que reflejarse, y Katie lleva a cuestas la responsabilidad de pagar a tiempo el alquiler de su casa e impedir que su madre cree problemas que la alejen de su sueño. En todo momento ella demuestra tener una filosofía de vida optimista, y su enorme sonrisa puebla su rostro de forma constante. Pero esa inocencia choca con la inteligencia que demuestra en momentos puntuales del filme, y es ahí donde la historia se resiente.

Un problema común en las películas indies es la obsesión por crear conflictos a los personajes como método de tensión narrativa y emoción forzada. Roberts cae en este error, y tras una primera mitad bastante digna, la película desemboca en una serie de conflictos que se producen como una reacción en cadena que destruye mi suspensión de la incredulidad. El director es elegante y narra con clase y cierto estilo, pero a la hora de reflejar el mensaje de su historia se pierde casi por completo en unos 20 minutos finales sobrecargados de melodrama que la película no se ha ganado porque no hay una estructura que apoye esos eventos, no existen reacciones lógicas de los personajes que permitan devolverles dignidad. No me gusta cuando los directores confunden calidad con cantidad en lo que a conflictos dramáticos se refiere. Prefiero 1-2 conflictos bien desarrollados y con recompensa emocional ganada que 4-5 conflictos enlazados por pura acumulación.

Afortunadamente, la película no muere porque Olivia Cooke da un auténtico recital. Su rostro mezcla rasgos tanto faciales como interpretativos de Carey Mulligan y Natalie Portman, y su interpretación es mejor que el personaje que le han escrito. Cooke aporta profundidad y matices gracias a su expresividad facial y a su capacidad para introducirse en un personaje y olvidarte en todo momento que se trata de una actriz. Si su incursión en el blockbuster con Spielberg en Ready Player One es satisfactoria, os garantizo que hablaremos mucho de Olivia Cooke en la próxima década.

Cooke está bien acompañada de un plantel de secundarios notable, entre los que destaco especialmente a Mary Steenburgen, Christopher Abbott y Jim Belushi. Steenburgen tiene un personaje potente porque, a pesar de tratarse de la jefa de Katie, tiene un rol materno que le siente de maravilla a la historia. Abbott cumple perfectamente con un personaje construido desde dentro, en el que los silencios son más importantes que la verbalización de sus sentimientos. El personaje no es exprimido al máximo, pero funciona. Y Belushi tiene un rol menor pero igualmente importante porque, al igual que Steenburgen, su interés por proteger a Katie le convierten en una figura paterna accidental. De nuevo, un excelente reparto que sólo es aprovechado a ratos, porque el guion intenta manejar más de lo que puede y debe.

En definitiva, Katie Says Goodbye es una cinta correcta aunque desequilibrada por un mal hábito extendido en ciertas producciones independientes, y lastrada por unos 20 minutos finales excesivos y contraproducentes. El triunfo estaba en la sencillez de su propuesta y en aprovechar el núcleo de la historia, pero la sobrecarga de conflictos juega en su contra. La cinta merece la pena sólo por disfrutar del espléndido trabajo de Olivia Cooke.

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