‘Dioses de Egipto’ de Alex Proyas – Desmedido e impúdico festival de acción

Dioses de Egipto

Durante la coronación de Horus como nuevo Rey de Egipto su tío Set irrumpe en escena, mata a su hermano Osiris y se apodera del Reino. Confinado a una oscura cripta, el dios Horus depende de un ladronzuelo mortal para recuperar sus poderes y con ellos su legítimo lugar en Egipto.

La crítica especializada ha masacrado Dioses de Egipto, la nueva película del director de Yo, robot (2004) y El cuervo (1994) Alex Proyas. Con excesiva inquina se la tacha de “aburrida”, “horrible”, “estúpida” o “disparate” en distintos portales digitales. Con el temor del advertido nos aproximamos a la excesiva superproducción. Y ni tan mal.

Caben diversas advertencias. La obra de Proyas recae sobre lecho fantástico. Cualquier parecido con la realidad pasada o futura corre de su imaginativa cuenta. Egipto y su mitología sirven de mera excusa atractiva para erigir una película sin abuela dedicada a la adoración del dios Acción. Sin preámbulos ni motivaciones.

Dioses de Egipto

Aproximarse a Dioses de Egipto supone sumergirse en un mundo-ciudad en que hombres de talla ancha dominan con poderes remix de Transformers, Power Rangers y Digimon. Y se arrean que da gusto. Soy Horus, dios del aire, y si me pillas a malas me transformo en un pájaro de metal. ¿La ventaja? Esperamos con ganas un Horus vs. Óptimus Prime en los próximos años.

Ahora en serio, la trama no resulta (tan) descabellada del todo, más bien revisitada. Un hombre salvará a su desvalida amada de las garras de la muerte durante un impúdico festival de escotes innecesarios (pero mucho, eh) en un Egipto en que el protagonista, los dioses (va, excepto uno) y los personajes principales son blancos y el resto de la población negra. Representantes de éstos últimos sólo aparecen para arrodillarse ante el Rey y para dar ofrendas a los dioses. Dos palabras: Holly-wood.

De principio a fin Dioses de Egipto fue ideada para lucir efectos especiales alucinantes. El mayor atractivo de la cinta reside en el poderío visual excesivo y gratuito; la megalomanía de Alex Proyas deja atrás a 300 o la nueva visión del cine infantil en carne y hueso de Disney. Colorido para una historia que reposa sobre la acción desmedida en su mayor parte. Idónea para los amantes de cortar cuellos o atravesar monstruos con lanzas cada cinco minutos.

Dioses de Egipto

Un humor que no merece el apelativo y una moraleja que detectamos en lontananza a los primeros compases completan un conjunto en que un Gerard Butler poco reseñable ejerce de atractivo en cartelera, pues su rol de antagonista le resta más minutos de los esperados en favor de Nikolaj Coster-Waldau (conocido por su rol de Jaime Lannister en la serie Juego de tronos). Resulta llamativo verle con pelo largo, pero no firma aquí un papel para la posteridad; tampoco lo hace un Brenton Thwaites en modo pícaro wanna be. El reparto femenino desfila con escasas ropa y peso narrativo.

Dioses de Egipto no supone un acierto en términos artísticos y a nadie sorprende. Sin embargo se marca un público objetivo muy concreto: aquel que olvida la historia y recuerda los puñetazos, aquel que paga entrada a gusto si Gerard Butler preside el cartel. Si productores y parte de los consumidores coinciden en el producto a crear y consumir, ¿quién somos para interponernos?

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