Megalodón

AVISO: SPOILERS LIGEROS INVOLUCRANDO A “PERRO”

Hay que avisar que Megalodón es una aventura submarina de gran presupuesto destinada prácticamente para todos los públicos. No pretende dar infartos ni revolver estómagos, aunque a veces parezca que está a punto. Ha aparecido en una era donde gastarse 130 millones de dólares en una propiedad que no involucre capas o naves espaciales es prácticamente un sinónimo de suicidio comercial. Está hecha, en definitiva, para que lleves a tu sobrino de diez años sin que sus padres te corran después a gorrazos.

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Está hecha por Jon Turtletaub, un director que no solo sabe qué hacer con esa cantidad de dinero, sino que repite la máxima absolutamente respetable que aplicó en La Búsqueda: “Si consigo que sepa a (insertar ilustre película de género) y huela a (insertar ilustre película de género), es más fácil que la audiencia crea que es (insertar ilustre película de género)”. Y tiene a Jason Statham, quien aborda a sus 51 años su primera incursión como intérprete principal de una superproducción (y han tardado; han tardado muchísimo, han tardado demasiado) que solo tiene que limar ciertas aristas de su persona cinematográfica para convertirse en Bruce Willis y combinar de lujo con todo el reparto. Recuerda al dinámico y socarrón Willis de antaño, el tipo competente y normal con cierto pasado a sus espaldas, no el “nos hace falta un jefe mafioso que aparezca diez minutos, alguien puede decirle por favor que salga del yate” del Willis de la era Emmett/Furla. Y tiene a Ruby Rose, que me parece increíblemente guai y no sé por qué no interactúa más con el protagonista, porque juntos son como tostada y mantequilla. En realidad, la protagonista femenina es Li Bingbing, una científica que mantiene a su hija en una plataforma submarina a menos de un kilómetro de un tiburón prehistórico de 30 metros de eslora.

Suena a muy mala idea pero la niña aparece esporádicamente en la película por un único motivo: rebajar el tono. Como aparece Rainn Wilson, como mecenas del experimento que comienza la película: para hacer el gracioso. Como aparece hasta el abuelo, literalmente, de nuestra pequeña heroína: para apaciguar el ritmo con toques de drama familiar. Y hay un perro. Pippin. Todo está bajo control.

Si habéis llegado hasta aquí sin dormiros, DESPERTAD PORQUE HAY AVENTURA. Involucra al mencionado tiburonaco, que emerge hacia la superficie porque unos científicos atraviesan una grieta térmica, creando en el camino una autopista subacuática que permite el ascenso del gigaescualo. La aventura rara vez llega a la escala de alarma absoluta – “¡Les va a hacer trizas a todos!” – pero se mueve y a veces muy bien, cubriendo con eficacia varios palos: suspense en las profundidades, peleas con batiscafos, asaltos a barcos en mitad del mar. No “alarma”, como dije, porque hay una niña con zapatitos de luces y disfraz de hada metida en este embrollo, pero sí “cierta urgencia”, algo en lo que Statham es un profesional consumado, modelado por años y años en el género y en manos de un equivalente como Turtletaub, que está sueltísimo rodando. Buen diseño de producción, comodísima música de Harry Gregson-Williams, otro profesional; junto a un gran trabajo de especialistas, coordinadores y demás técnicos: realmente siento que están en el mar, el entorno submarino es atractivo y nunca estoy buscando los cromas por joder. Estoy ante una película bien hecha.

Turtletaub rueda bien y elige sus referentes mejor. Los que pensáis. Os van a saltar a la cabeza como ranas en parrilla, os lo aseguro. Y vais a acertar todos. De ellos,yo quizás eliminaría a Sharknado. Megalodón no quiere ser tan consciente de su premisa como cabía pensar en la campaña de publicidad y por mucho que trate con cierta sorna ciertos clichés (“¡Soy negro y no sé nadar!”,”¡Nunca me dijeron que había tiburones!”, “¡No firmé para esta mierda!”, “¡El año que viene me voy a Baqueira!”, ese rollo), prefiere tomarse con un módico de seriedad.

Y un pequeño “debe” que quiero mencionar: me parece que la película no sabe qué hacer con el tiburón más allá de “es muy grande” y “come mucho”. No le pido que gane al Chessmaster ni me escriba el Ulises, pero siempre he pensado que otorgar a estas criaturas destellos de inteligencia feroz es un componente que enriquece bastante la acción y merecidamente forma parte de una tradición ilustre como la que Megalodón quiere honrar. También echo en falta la cualidad de “amenaza invisible” que distinguía a Bruce (el de Tiburón, no Willis). Aquí está razonablemente localizado en todo momento y no da la sensación de ser un enemigo invencible del que puedas deshacerte con la ayuda del valor o la fortuna, pero imagino que cuando puedes comerte un barco de un bocado no tienes que pensar mucho. Simplemente le ha tocado la desgracia de emerger en un mundo donde vive Jason Statham, quien en un momento dado le pone A PELO un GPS como quien clava banderillas en las fiestas de Somosaguas. Le doy un 4 sobre 10 en la escala de Bichorls. Necesita mejorar.

Creo que esto describe a grandes rasgos lo que es Megalodón. No me hace cuestionarme la existencia pero al menos sí que pondere lo que sucedió en 1993 y 1999 con dos películas de las que bebe bastante: Parque Jurásico y Deep Blue Sea, dirigidas por dos realizadores de nivel bastante diferenciado pero con la misma idea en la cabeza. Inserto una nota particular: Harlin estuvo a punto de rodar Megalodón, hace mucho tiempo, y se decantó por Deep Blue Sea por gusto personal, al preferir una experiencia mucho más directa que la que nos ocupa aquí. Y creo que Harlin tenía razón, como la tenía Spielberg. Como la tenía Scott. Como la tenía McTiernan. Collet-Serra. Todos ellos. El destino ideal de una premisa absurda caracterizada por la existencia de una criatura letal es el de ser explotada hasta reventar en forma de un mecanismo de tensión y nervio hasta dejarte sin aliento. No necesariamente un mecanismo sanguinolento o brutal. Tenso. Y sin culpa ni compromiso. ¿Hay una cabra? Me como a la cabra. ¿Hay un loro? Me como al loro. A Jon Turtletaub no le tengo por ningún tonto. Si hay algo que transmite la película – y buena parte de su éxito inicial reside ahí – es que sabe perfectamente lo que está haciendo. Amaga con matar al perro, pero el perro vive al final. Lo malo, a gusto de vosotros, es que sabe dónde se ha quedado y, peor aún, lo que había más alla.

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