Independence Day: Contraataque

Independence Day se estrenó en EEUU el 3 de julio de 1996. El verano de La Roca, Misión: Imposible, Twister, Dragonheart, Un Loco a Domicilio. Barb-WireBarb-Wire!). Demi Moore acababa de colocarse como la estrella femenina mejor pagada gracias a Striptease. Eran los años de la espiral salarial, del retorno del slasher, del debut de los Farrelly y, en particular, del amanecer de un actor televisivo que se convertiría en una fuerza de la taquilla absolutamente dominante durante la década siguiente y la mayor estrella de raza negra desde Eddie Murphy. Hablamos de Will Smith, cuya ausencia condiciona seriamente esta segunda entrega. En su mayor parte para bien, porque Contraataque se ve obligada a tirar de un reparto coral que acelera la acción hasta el punto de convertirse en la película más dinámica, más potente y más vivaracha de toda la filmografía de su director, pero en una pequeña (y sin embargo destacadísima) parte para mal, porque quienes llevan la carga de ese dinamismo, sus intérpretes más jóvenes, no tienen todavía el carisma ni los redaños para decir dos palabras de sus diálogos sin suplicar en su fuero interno por una Magnum para pegarse un tiro, ni para impedir que Emmerich Gonna Emmerich: un director con una absurda manía de confundir lo encantadoramente ingenuo con lo bochornosamente pueril, el mal endémico de su filmografía, que aquí está más tapado que nunca por el ritmo infernal que impone. Pero cuando sale, cual grano narigón tras meses sin reventar, está a punto de destruir la película.

© 20th Century Fox© 20th Century Fox

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Will Smith condiciona una buena parte. El resto lo ponen 20 años de diferencia que obligan a Emmerich a abordar el material desde otro punto de vista: el de la velocidad por encima de todo. Independence Day se desarrolla en tres días, tres actos, que intentan otorgar a la película un carácter épico: la Humanidad lucha, la Humanidad cae, la Humanidad se levanta. Su secuela, por contra, tiene otros planes en mente que comienzan con una nueva y relativamente interesante línea argumental que expande el universo que conocemos y prepara una futura secuela – esto no es un remake, gracias a Dios – y culmina con una decisión fantástica: ocurrir prácticamente en tiempo real. La tecnología extraterrestre que hemos adquirido desde la primera invasión nos ha permitido colonizar nuestro satélite, disponer de nuevos jets, nuevas armas láser y nuevos métodos ultrarrápidos de transporte que permiten que los personajes se encuentren exactamente donde el guión lo requiere, algo que da la vida a Emmerich, Maestro de las Coincidencias. Alguna se le escapa, a pesar de todo, pero es perfectamente perdonable cuando vemos el despiporre que nos echa encima.

Contraataque tiene no menos de diez grandes secuencias de acción en dos horas de metraje (123′ más créditos), se pone en marcha a los cinco minutos, saca sus armas a los veinte con una catástrofe marca de la casa, y el resto se dedica a explorar casi todos los tropos habidos y por haber en el cine de acción bélico sci-fi: combate aéreo, tiroteos láser, asedio de monstruosidades, misiones suicidas e incursiones clandestinas en tierra hostil. Contraataque es una bendición para el realizdor alemán, hastiadísimo de inventarse durante años desastres random sin antagonista claro que marcara la pauta de la acción y que decide poner fin a su penuria metiendo entretenimiento para llenar tres películas.

Y todo eso lo hace sin abrumarme en ningún momento porque su director, perro viejo, entiende más que nunca en Contraataque una cosa difícil de ver hoy en día que es la jerarquia de la acción. En una temporada donde se han destruido planetas en menos de 30 segundos, este señor ha venido para recordarnos lo que realmente importa un plano espectacular. Cuando una nave espacial del tamaño de Norteamérica se posa cual garrapata sobre nuestro planeta, arranca edificios con su propia gravedad y arrasa ciudades enteras con su tren de aterrizaje, es un momentazo de cojones que recibe su peso apropiado con planos lejanos y sostenidos, miradas de asombro y pavor y música atronadora. Es un gesto de la sensibilidad tontunera, sin pretensiones que acompaña a las secuencias de acción de la película, mano a mano con los lásers, los barrel-rolls, el “pew-pew-pew”. Y si Emmerich hubiera aplicado solo una décima parte del mismo cuidado a las relaciones humanas, os estaría diciendo que saliérais disparados hacia el cine para comprar la entrada.

No puedo meterme en la cabeza de este señor. Es imposible. Independence Day: Contraataque es uno de los primeros blockbusters que recuerdo donde se introduce una relación homosexual de manera explícita que por el mero de hecho estar tratada con un módico de mano izquierda y sentido común casi acaba convirtiéndose en la piedra angular emotiva del film. Es tierna. Es dulce. Es humana y es inteligible, palabra que rara vez viene a la cabeza en lo que al resto de personajes se refiere y en los momentos en los que la película se detiene. Por algún motivo todavía insondable, su director decide que esta película, una de las más cortas de su filmografía, no necesita uno sino DOS “secundarios Emmerich”, dos indigentes mentales dotados de la capacidad para soltar imbecilidades por líneas y arruinar totalmente cualquier amago de tensión. Es la clase de secundario canceroso que provoca repelencia al resto de personajes y, por extensión, a la audiencia, y ejemplo clarísimo de que su director, cuando nadie le mira, tiene tan poca confianza en si mismo que, cuando la acción se detiene, está convencido de que meter a imbéciles en pantalla para aliviar al espectador es una opción viable.

Ello en una película que, por otro lado, deja vendidos a los actores más jóvenes con una carrera por delante, que se toman este material demasiado en serio para los pocos puntos de agarre que reciben. Usher queda reducido a un alma en pena, sin ninguna oportunidad para heredar el manto de Smith, Hemsworth (limitadísimo, por otro lado) a “Super Maverick”, Monroe queda criminalmente arrinconada hasta los últimos minutos de la película y Charlotte Gainsbourg alcanza tal punto de frustración que preferiría regresar al set de Anticristo. Son momentos muy breves (yo diría que no son ni un 20% del metraje), pero son momentos muy tontos que se apilan, se apilan y se apilan hasta que se empiezan a notar. Es un material para gente con percebes en los sobacos, como Goldblum, Hirsch, Ward o Pullman, que terminan las líneas y se van a tomar un café, perfectamente en sintonía con la sensación de indolencia, totalmente secundaria a la acción, pero sin obstaculizarla en ningún momento, que mejor complementa a la película.

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Por eso y en frío, lo que más rabia me da no es solo la creencia de que Contraataque habría podido avanzar perfectamente sin sus chorradas – podría haber calcado líneas funcionales del Aliens de Cameron y ni me habría quejado – , sino que éstas terminan consiguiendo que ignore pequeños detalles personales e interesantes como la relación gay antes comentada o una idea que pulula por la película y que Emmerich decide descartar para no liarse: la Humanidad de esta película está tan exultante por su victoria precedente que no sabe aceptar la misteriosa mano amiga que se le tiende al principio de la invasión. Nos hemos convertido en una panda de paletos con afición a disparar primero y preguntar después. Debajo de nuestra euforia hay miedo. Podría haber sido el gran tema de la película. Y a Emmerich le da igual.

Es sacar peras al olmo, pero peras hay. Y relativamente gordas, porque Contraataque podría haber abanderado un nuevo modelo de convivencia entre los blockbusters que quieren ser escuchados y otros como éste, que lo único que quieren hacer es irse a tomar unas cañas contigo y echarse unas risas. Pero este blockbuster en partícular ha caído en manos de un director sin un particular interés más allá que el de revisitar la historia que terminó de ponerle en el mapa, en una etapa de su vida donde ha encontrado un nicho sorprendentemente cómodo – dentro de dos años nos va a tirar la Luna encima –. Tan cómodo, tan avasallador en las cuatro cosas que sabe hacer, que se ha permitido el lujo de anquilosarse en las otras diez mil que no sabe. En esta ocasión creo que ha pasado con holgura, pero el futuro, otra vez, es una ruleta rusa.

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