Guardianes de la Galaxia Vol. 2

Hechas las presentaciones de la primera parte, la segunda entrega de los Guardianes de la Galaxia llega ya con el inusual grupo consolidado y las tensiones del mismo convertidas en una suerte de rutina derivada de la convivencia. Algo así como un Equipo A espacial cuya nueva aventura tiene como eje el origen de Peter Quill, alias ‘Starlord’. Si en la primera película se mencionaba que su padre no era de la Tierra, en esta segunda nos lo presentan en la primera escena de la peli para pronto armar un encuentro con el mismo derivado de una de las tantas misiones mercenarias de los protagonistas.

Ésta película trata de un ansiado encuentro y de todas las emociones derivadas de confrontar una elevada expectativa con la dura realidad, especialmente cuando esto se produce en el terreno más íntimo de uno mismo. El espíritu aventurero queda así en un segundo plano en esta película en la que Quill no es el único con dilemas familiares por resolver. Gamora y Nebula protagonizan también su propia trama y, de algún modo, todos los miembros del grupo, para acabar reforzando la idea de que la familia es, sobre todo, la que uno elige a lo largo de su vida y aquella que, de forma más desapercibida, siempre ha estado ahí.

© Walt Disney Company© Walt Disney Company

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James Gunn apuesta así por una historia de personajes y, aunque no renuncia a potenciar el espectáculo, las ideas locas (la escena de los saltos espaciales) y el ya característico abanico de colores de esta franquicia, crea una historia más intimista que la inaugural. Pero dentro de esa dedicación a sus personajes no hay grandes novedades ni tampoco la posibilidad de ahondar más en lo emocional, haciendo que la película, de algún modo, establezca una cierta pugna entre lo que quiere abordar y lo que no puede dejar de ser. Y es que Guardianes de la Galaxia estableció una serie de características únicas dentro del universo Marvel, algunas ligadas al propio carácter de su director, pero otras orientadas a utilizar y satisfacer ciertas ansiedades actuales del público, a las que no se permite renunciar ni un ápice.

Encontramos en la película un nuevo ejercicio de nostalgia y melomanía que ata esta secuela a lo que quizás era uno de los signos de identidad más característicos, complacientes y, quizás, superficiales de la primera entrega. También existe ese continuo ejercicio de equilibrista de Gunn por unir lo canalla, lo cómico y lo cuqui (ese bebé Groot que ha pasado de anecdótico guiño final de la primera parte a invitado obligado en la segunda). De algún modo es como si todas las buenas ideas de la película, que las tiene, especialmente cuando más turbia y emocional se pone la película (la revelación final del padre o todo lo que rodea a Yondu), estuvieran relegadas al espacio que deja libre lo más genérico de la misma. Algo claramente complicado para cualquier historia que intenta abarcar un público tremendamente amplio (desde el fan conocedor del cómic al no iniciado, desde el niño de 8 años a sus padres de 40). No es algo malo y, desde luego, nada que no hayamos visto en otras pelis similares, pero quizás este pequeño gran universo de Marvel y las propias inquietudes de su director merezcan algo más de cancha de la que aquí se permiten.

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Pero tampoco le pidamos a James Gunn lo que no han hecho otros antes que él. Pese a que el molde Marvel/Disney muestre una rigidez a prueba de bombas, hay que reconocer que Gunn es de los pocos realizadores que se han permitido crear algo mínimamente personal y sus dos películas en este estudio son probablemente, junto a Ant-Man, las que más personalidad han demostrado.

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