En 'Happy End' Haneke hace un extravagante comentario acerca de su propia obra sin dejar de lado su estilo personal

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La crítica española ha sido casi unánime a la hora de desdeñar con cierta condescendencia (algo mucho más significativo que si hubiera sido machacada de forma más o menos inmisericorde) la última película de Michael Haneke, ya desde su estreno en el pasado festival de Cannes. ‘Happy End’ ha sido calificada de autoparodia o de contemplación vacua de Haneke del ombligo propio, y posiblemente, desde un punto de visto objetivo, sea cierto.

Lo que sucede es que eso no es necesariamente malo: como observador de la realidad, Haneke ha acabado incluyéndose dentro de ese amplio panorama que observa, y plantea ‘Happy End’ como un greatest hits de sus temas recurrentes. La familia burguesa como un organismo en avanzado estado de descomposición, la inevitabilidad del choque entre generaciones, las nuevas tecnologías como herramientas que acrecientan el abismo natural entre las personas, el egoísmo y la falta de empatía como elementos inherentes a nuestro ADN… todo ello vuelve en ‘Happy End’, pero bañado con cierto, sutilísimo, aire de sarcasmo.

Es posiblemente la aglutinación de todos estos temas (la primera vez que Haneke lo hace con tantas de sus obsesiones de forma simultánea) lo que dé a ‘Happy End’ ese carácter de quizás involuntaria autoparodia. Las ideas se amontonan y se entrelazan entre sí: secuencias como la de las grabaciones en móvil, las charlas obscenas vía chat, o las deprimentes enseñanzas del abuelo (Jean-Louis Trintignant) -reflejo cáustico de las mucho más trágicas acciones de ‘Amor’- a menudo parecen comentarios del propio Haneke acerca de su obra anterior.

De ese modo, el eterno coqueteo de Haneke con géneros diversos pero emparentados entre sí (del psicodrama de ‘La pianista’ al cine histórico de línea dura de ‘La cinta blanca’, pasando por el horror extremo de ‘Funny Games’) se convierte aquí en algo así como una película de Haneke sobre el cine de Haneke. Lo que, insisto, no tiene por qué ser necesariamente malo.

‘Happy End’: cuando un final feliz es imposible

Y no lo es porque el director sigue implacable y bárbaro. El retrato de la infancia, por ejemplo, es uno de los más despiadados que ha hecho el director junto a la propia ‘La cinta blanca’, aunque aquí adquiere un carácter más juguetón. No en vano el personaje de Fantine Harduin, la niña de 12 años que es testigo mudo de las evoluciones de una familia atroz y llena de obscenas carencias afectivas parece una transposición grave de uno de los personajes de nada menos que ‘La casa torcida’, una novela de Agatha Christie que, por cierto, hace poco disfrutó de una estimable adaptación.

Pero no, ‘Happy End’ tampoco es un whodunit, aunque podría serlo: la diferencia es que aquí lo que tiene que preguntarse el espectador no es «quién es el asesino», sino «cuál es el clímax de esta narración». Y no llega nunca: posiblemente el espectador poco avisado, el que quiera conclusiones o catarsis, quede decepcionado con una película en continuo tono ascendente, pero que no llega a dar nunca el do de pecho. Y ese es también su mensaje: la sociedad burguesa que retrata ‘Happy End’ es un continuo coitus interruptus, el quiero y no puedo que aparenta padecer Haneke con su relato es, posiblemente, muy consciente y buscado. Ese es el mensaje.

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‘Happy End’ posiblemente no tiene la agudeza de otros análisis de Haneke del microcosmos familiar, con su historia de la tronada familia de los Laurent en la que hay una mujer (Isabelle Huppert) que tiene que lidiar con un hijo irascible y aparentemente incapaz de llevar las riendas de la empresa constructora del clan, o un hermano (Mathieu Kassowitz) que apenas tiene relación con su hija pequeña y que tiene una vida íntima cómicamente turbia. Quizás sea el humor a medio gas (nunca el director había hecho un chiste tan obvio desde el propio título, que solo se entiende… si tenemos una idea preconcebida sobre cómo se las gasta Haneke). Quizás sea que la metáfora social sobre la inmigración es menos sutil que en otras películas más opacas, como ‘Código desconocido’.

En cualquier caso, y pese a carecer de la brillantez frontal, desnuda y desconcertante de obras maestras de la negritud total como ‘Caché’ o ‘Funny Games’, ‘Happy End’ sigue siendo una pieza incómoda, precisa, con actores extraordinariamente bien dirigidos y que solo se compromete consigo misma, y no con modas o con lo que el público (o la crítica) esperan de Haneke. Y en estos tiempos, a su manera, no hay nada más autoral, memorable y comprometido que eso.

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En ‘Happy End’ Haneke hace un extravagante comentario acerca de su propia obra sin dejar de lado su estilo personal

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John Tones

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