El punto de inflexión

La historia concluye, al menos de momento, con el despido de Harvey Weinstein de su propia compañía, Weinstein Co., fundada junto a su hermano Bob Weinstein después de que ambos perdieran el control de la mítica Miramax, la productora independiente más emblemática de los 90. Fue el mismo Bob, junto al resto del consejo de administración, quien firmó su despido.

Tras una carrera plagada de éxitos y premios obtenidos a golpe de fiestas, talonario y coacciones en la trastienda, una exhaustiva investigación del New York Times ha sacado a la luz algo aún más sucio y sórdido: una colección de abusos tan larga que sólo puede calificarse como un modo de vida detestable, ni siquiera un desliz injustificable. Un modo de vida (y de trabajo) que todos conocían pero del que casi nadie se atrevía a hablar.

Weinstein ya estuvo en la picota de un cronista de Hollywood como Peter Biskind (un amante del chismorreo industrial, por otro lado), autor de Moteros tranquilos, toros salvajes y de Sexo, mentiras y Hollywood. Fue en este último libro en el que Biskind retrataba el Hollywood de los 90, el del mito del cine independiente y, particularmente, la figura de un Harvey Weinstein, al que describía básicamente como un productor iracundo, malencarado, que hacía la vida imposible a quienes trabajaban con él y extremadamente obsesionado con recortar las películas para venderlas mejor, motivo por el que recibía el apodo de “manostijeras”. Era el tipo al que no convenía cabrear y aguantar su mala leche era el peaje que había que pagar por conocer el éxito de su mano, algo que durante un tiempo fue casi una garantía.

Sin embargo, la investigación del New York Times va mucho más allá, entrando en un terreno aún más pantanoso que el del bulling en el terreno laboral: el acoso sexual. Para una persona que sólo entendía las relaciones laborales como una muestra de poder cabía la posibilidad que las relaciones sexuales respondieran al mismo patrón. Decenas de testimonios, grabaciones y correos electrónicos obtenidos durante varios años de mano de empleadas y actrices, generalmente mucho más jóvenes, hablan de proposiciones mafiosas “que no podrás rechazar”, de citaciones a reuniones que resultaban ser encerronas sexuales o de tocamientos en el entorno de trabajo.

Uno de esos casos es el que padeció la actriz Ashley Judd hace unos 20 años, citada en un hotel para lo que previsiblemente sería un desayuno de trabajo durante la producción de El coleccionista de amantes, se encontró con Weinsten en albornoz en su habitación pidiéndole un masaje en la espalda e invitándola a que le viera ducharse. Ella, pese a vivir una situación que describe como una “negociación coercitiva” basada en constantes peticiones incómodas, tenía la suficiente notoriedad como para escaquearse de aquella situación sin demasiadas consecuencias. No era el caso de muchas empleadas cuyas dos opciones de elección eran aguantar lo inaguantable con la esperanza de seguir en la industria y quizás acabar triunfand de su mano o enfrentarse a un más que probable despido y puertas cerradas de por vida.

En un mundo que se nutre de sueños e ilusiones, que es vocacional, apasionado y cruel, esa clase de ofertas son una mano tendida untada en mierda. Puede ser tentador cuando vienes de la nada, eres joven y ves cerrarse una puerta tras otra con el peligro de ser otra camarera que soñó con ser actriz, modelo o ejecutiva. Mujeres que se enfrentan a una carrera más corta y restringida que el grueso de hombres, donde la edad y la belleza son un handycap constante.

El diario estadounidense supo que Weinsein había llegado a acuerdos extrajudiciales por motivos de acoso sexual con al menos 8 mujeres a lo largo de treinta años, incluyendo dos directivas y la actriz Rose McGowan. Unas informaciones que el propio Weinsten, en un comunicado posterior, no sólo no niega sino que admite excusándose en que se arrepiente del dolor causado y en que sigue tratamiento para tratar de reconducir su forma de actuar.

En Estados Unidos, alcanzado un acuerdo extrajudicial, desaparece el delito y gracias a eso Weinstein ha mantenido su libertad y conservado la privacidad de sus actos del mismo modo que ha comprado Oscars, con un mix de dinero e intimidación.

La publicación del artículo ha acabado con su impunidad, con su puesto en Weinstein Co. y con parte de sus amistades más influyentes, como la actriz Meryl Streep, que hoy mismo ha tachado su comportamiento de “vergonzoso” e “imperdonable” en otro comunicado que, para buena parte de la industria, llega tarde y propiciado por las críticas a aquellas personas que, beneficiadas por la influencia de Weinstein, seguían en silencio incluso después de que saltase la liebre.

Esta victoria social, sin embargo, no es más que un pequeño oasis en un mundo donde actitudes como la de Weinstein no son excepcionales, sino todo lo contrario. Lo hemos visto en decenas de películas que han hablado de ello, desde el Hollywood clásico a la actualidad, desde títulos como L.A. Confidential hasta comedias como la serie El séquito, en la que había un alter ego del productor y distribuidor bajo el nombre de Haervey Weingard.

Hollywood funciona, una vez más, como un microcosmos exagerado de lo que ocurre día a día en la sociedad. Otro ejemplo similar ha sido el protagonizado recientemente por el actor James Woods.

Muy activo en redes sociales y afín a la alt-right estadounidense, el actor criticó con dureza la última película de Luca Guadagnino, Call Me by Your Name, a la que acusaba de promover la pederastia (narra la historia de amor entre un chaval de 17 años y un joven estudiante de 24, de viaje por Italia). Su protagonista, Armie Hammer, le respondió aludiendo a los rumores según los cuales James Woods salió con una chica de 19 años cuando el tenía 60. Ahora tiene 70 y saca 46 años a su actual mujer. Al sopapo de Hammer se unió el inesperado testimonio de otra actriz, Amber Tamblyn, que aseguró que Woods le propuso a ella y a su amiga llevarlas a Las Vegas cuando ellas tenían apenas 16 años. Según Tamblyn Woods respondió “aún mejor”.

James Woods tried to pick me and my friend up at a restaurant once. He wanted to take us to Vegas. “I’m 16” I said. “Even better” he said.

— Amber Tamblyn (@ambertamblyn) 11 de septiembre de 2017

La respuesta de Woods, de libro. Acusar a Tamblyn de mentir y a Hammer de ser un liberal. Eso sí, matizando que Hammer era buen actor. Un guiño cómplice aunque sólo fuera para despreciarla a ella más que a él.

Éstos son sólo dos ejemplos mediáticos y que suceden allí, en Estados Unidos, pero Hollywood no tiene la patente del machismo, el acoso sexual, los intercambios de favores y las actitudes despóticas. Es algo que ocurre en la industria del cine en general. No sé en qué porcentaje o con qué frecuencia, pero a veces donde menos lo esperas y de la mano de gente que sabe disimularlo muy bien.

Me contaron una vez, de la mano de alguien fiable, el caso de un director de cine S que aprovechaba los castings de actrices para nutrir su filmoteca pajera personal. Un director que, curiosamente, había conocido en mi primer año de estudios en la piel de un anciano entrañable, vecino de nuestra escuela, que disfrutaba viendo cómo chavales jóvenes se apasionaban por aquello a lo que había dedicado su vida. El mismo tipo que se ilusionaba con el relevo de una nueva generación de posibles cineastas era un tipo que coleccionaba desnudos obtenidos como supuestas pruebas de cámara. Como no me es posible contrastarlo y el hombre ya falleció, no daré el nombre, pero la anécdota era perfectamente plausible.

Hay que admitir que todo esto sólo es posible, no sólo por la normalización histórica de actitudes machistas y de tejemanejes sustentados en el poder, sino por la política del silencio que impera en una industria de naturaleza esquizofrénica: glamour e inseguridad laboral en una relación inseparable. Una industria dada a los excesos, donde todo el mundo medianamente asentado se conoce, con egos tan estratosféricos como frágiles y la certeza de que el éxito no es sólo fruto del talento, sino de la suerte y las buenas relaciones (a menudo cultivadas en ámbitos más festivos que profesionales), algo que invita a no hacerse enemigos y asumir una actitud reverencial ante ciertas personalidades.

Con todo, la repercusión del caso de Harvey Weinstein invita al optimismo. Vivimos un momento hipermediático donde el feminismo ha cobrado una trascendencia tremenda en poco tiempo, donde cada vez es más habitual cuestionar y cuestionarse actitudes cotidianas, no digamos ya abusos descarados. No será un escenario perfecto, a veces hay mucho ruido, susceptibilidades a flor de piel o gente que sigue callando (Quentin Tarantino o Gwyneth Paltrow, dos de los históricos “beneficiados” por Weinstein, no han dicho ni pío), pero desde luego es un escenario mejor, uno en el que si una mujer denuncia un abuso la primera reacción ya no es de sospecha, uno en el que el dinero y el poder no otorgan protección eterna a los acosadores porque ya se ha demostrado que hasta el más temible puede ser derrotado y eso hará, con suerte, que otros se lo piensen dos veces antes de cruzar la línea, antes de tratar a las personas como objetos.

Vía The New York Times, El País

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