'Amityville: El despertar', dentro de su mediocridad, es una digna secuela del clásico de 1979

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Recuerdo con especial cariño el verano de 2005; por aquél entonces se estrenó en nuestros cines, bajo el título de ‘La morada del miedo’, un simplemente aceptable remake de ‘Terror en Amityville’ gracias al cual descubrí —más vale tarde que nunca— el clásico del terror sobrenatural dirigido por Stuart Rosenberg; filme que se convertiría desde aquél año en una de mis piezas de género de cabecera.

Desde que se estrenase en 1979, ‘Terror en Amityville’ ha recibido una abominable —a excepción de la digna ‘La Posesión’ de 1982— ristra de secuelas. Concretamente dieciséis películas con las que se ha intentado exprimir hasta la última gota del legado de la original y a las que ahora se une ‘Amityville: El despertar’, un vulgar y rutinario ejercicio de terror que, pese a sus defectos, logra destacar sobre sus deleznables predecesoras.

Antes de entrar a juzgarla, merece la pena comentar el infierno de producción por el que ha pasado esta ‘El despertar’, largometraje concebido originalmente como un found footage en 2012 y que, tras varios cambios de rumbo y compañías de producción, ha permanecido en el limbo desde que terminase de rodarse en 2014. Algo más de tres años en los que reescrituras, reshoots y retrasos han estado a la orden del día.

Al fin, tras obtener un lanzamiento limitado en cines estadounidenses y después de distribuirse de forma gratuita durante medio mes en Google Play, el último trabajo de Franck Khalfoun —director del fantástico remake de la ‘Maniac’ de William Lustig— llega al territorio español con una propuesta en clave de Serie B que cumple su cometido en cuanto a asustar al respetable menos exigente se refiere, pero que está a años luz de poder ser considerada como una buena cinta.

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‘Amityville: El despertar’ adolece del peor defecto que podría tener una película de su género: ser genérica. Los personajes y sus conflictos son planos, previsibles y carentes de interés, las interpretaciones dejan mucho que desear —especialmente la de una caricaturesca Bella Thorne—, la inmensa mayoría de los sustos son jumpscares prefabricados con subidas de volumen y la narrativa da palos de ciego entre giros evidentes y pasajes reiterativos.

No obstante, entre toda esta opaca mediocridad, logran filtrarse unos tímidos rayos de luz que hacen de ‘El despertar’ un digno y, por momentos, turbador entretenimiento. Brotes verdes que se entrevén en algunas decisiones de diseño de producción —la caracterización del villano es de lo más estimable—, alguna que otra secuencia de suspense lo suficientemente bien diseñada como para inquietar a los espectadores más aguerridos o el simpático juego metareferencial que salpica la manida historia.

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Para disfrutar de ‘Amityville: El despertar’ se hace estrictamente necesario dejar fuera de la sala cualquier prejuicio o espíritu crítico que impida ver la película tal y como es: una producción fallida desde sus orígenes y rescatada en última instancia de la quema para, sin mayor alarde, dar lugar a la segunda mejor secuela de la franquicia. Lo cual, bien visto, tampoco dice demasiado a su favor.

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‘Amityville: El despertar’, dentro de su mediocridad, es una digna secuela del clásico de 1979

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Víctor López G.

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